
Esta operación, cuidadosamente planificada y ejecutada con un alto grado de sigilo, representó un despliegue sin precedentes tanto en recursos como en estrategia. El uso de avanzada tecnología de guerra electrónica y tácticas de desinformación contribuyó a neutralizar las defensas iraníes, permitiendo que la fuerza aérea estadounidense penetrara las zonas más protegidas del país.
Las tripulaciones de los B-2 Spirit, entrenadas durante meses para esta misión, llevaron a cabo complejas maniobras de vuelo nocturno y coordinación con otras ramas de las fuerzas armadas. La magnitud del ataque y la precisión de los bombardeos marcaron un hito en la historia militar reciente, redefiniendo los límites del poder aéreo estadounidense.


«Ningún otro país del mundo podría haber llevado a cabo una operación como esta», afirmó el secretario de Defensa, Pete Hegseth, quien destacó que Estados Unidos posee «el mayor poderío militar que el mundo haya visto jamás».
En total, participaron más de 125 aeronaves, incluyendo siete bombarderos B-2, aviones cisterna de reabastecimiento, aviones de reconocimiento y cazas. Se emplearon 75 bombas y misiles en el ataque.
Los bombarderos B-2 Spirit son aviones de combate estratégicos diseñados por Estados Unidos para penetrar defensas aéreas pesadas y realizar ataques de precisión, capaces de lograr una alta invisibilidad en los radares.

Estas aeronaves lanzaron más de una docena de bombas antibúnker de 13.600 kilos sobre dos instalaciones nucleares clave: Fordó y Natanz. Además, Estados Unidos disparó misiles Tomahawk desde un submarino contra Isfahán.
Según explicó el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Dan Caine, este fue el bombardeo con B-2 más grande de la historia de Estados Unidos, así como la misión más larga con este tipo de aeronaves desde los ataques del 11 de septiembre de 2001.

