
Carlos Ernesto Mojica Lechuga, conocido como “El Viejo Lin”, es uno de los nombres más resonantes en la historia del crimen organizado en El Salvador. Nacido en el país, pasó gran parte de su juventud en Estados Unidos, hasta que fue deportado en la década de 1990. A su regreso, importó desde Los Ángeles no solo el nombre del Barrio 18, sino también sus códigos, estrategias y una cultura de violencia que marcó a una generación.
Durante los primeros años del siglo XXI, El Viejo Lin se consolidó como uno de los líderes más temidos de la pandilla, con un historial criminal que incluye actos de tortura, desmembramientos y el asesinato de una joven de 16 años, hechos que revelaron su dominio despiadado sobre la estructura de los “Sureños”, una de las dos principales facciones del Barrio 18.
Pese a estar tras las rejas, su influencia no disminuyó. Desde la cárcel, Mojica coordinó actividades clave como extorsiones, homicidios y el manejo de las finanzas del grupo. Incluso tuvo participación activa durante la tregua entre pandillas, donde apareció junto a cabecillas de la MS-13 para anunciar una reducción de homicidios, en un intento de mostrar un rostro más político y negociador.

Fue precisamente en ese contexto que sorprendió al declarar su intención de incursionar en la política. Ante los medios de comunicación y algunos mediadores de la tregua, expresó su deseo de “redimirse” y convertirse en un actor político, argumentando que buscaba representar un cambio. Sin embargo, esa aspiración nunca se concretó y quedó como parte del complejo legado de un hombre que simboliza la transformación y el fracaso de uno de los intentos más polémicos por integrar a estructuras criminales en procesos de paz y reinserción.