Lejos de los conflictos armados tradicionales, las potencias militares se preparan para una nueva forma de guerra: la cognitiva, donde el objetivo ya no son los territorios, sino la mente de los ciudadanos.

¿Y si el próximo gran conflicto no se librara en tierra, mar o aire, sino dentro del cerebro humano? Esta es la inquietante premisa detrás de la llamada guerra cognitiva, un concepto que los Estados Mayores de Occidente empiezan a tomar muy en serio. Se trata de una forma de confrontación en la que la información, la percepción y las emociones se convierten en armas capaces de debilitar a una sociedad sin disparar una sola bala.
Desde campañas en redes sociales que manipulan la opinión pública, como la reciente estrategia en TikTok en apoyo a la extrema derecha rumana, hasta episodios aún inexplicables como el llamado síndrome de La Habana —que afectó a diplomáticos estadounidenses con síntomas neurológicos tras misteriosos ataques sónicos—, el hilo conductor es claro: el cerebro se ha convertido en el nuevo campo de batalla.
«La guerra cognitiva busca alterar el pensamiento, manipular la atención, la memoria y hasta las emociones», explica el teniente coronel de reserva francés François du Cluzel, autor de un informe clave para la OTAN sobre este fenómeno. Según el oficial, el propósito es debilitar al adversario sin necesidad de un enfrentamiento directo, a través de tácticas que apelan a lo más íntimo de la mente humana.
Uno de los principales vehículos de esta nueva guerra son las redes sociales. TikTok, por ejemplo, cuyo algoritmo es controlado por la empresa china ByteDance, ha sido señalado por expertos como una herramienta con el potencial de influir masivamente en el comportamiento juvenil. «Ya sea TikTok para China o X (antes Twitter) para Estados Unidos: quien controla el algoritmo, controla la narrativa», advierte Axel Ducourneau, antropólogo y asesor del Estado Mayor francés en temas de ingeniería social.
Pero la guerra cognitiva va más allá de la desinformación. Se habla incluso de tecnologías que pueden afectar directamente el funcionamiento cerebral, como imágenes subliminales o emisiones electromagnéticas. Este es uno de los escenarios planteados para explicar el síndrome de La Habana, cuyos efectos fueron más que reales: dolores intensos de cabeza, zumbidos en los oídos, pérdida de memoria y deterioro cognitivo.
Ante este panorama, los analistas coinciden en que la defensa del pensamiento crítico y la educación mediática serán claves para enfrentar estos nuevos desafíos. En pleno siglo XXI, proteger la mente puede ser tan vital como proteger las fronteras.