La etapa «olvidada» en la que construimos nuestra identidad, lo que pasa en  nuestro cerebro entre los 6 y los 12 años.

A diferencia de lo que ocurre en la realidad, la pubertad de los dientes flojos no está impulsada por cambios hormonales. Coincide con el inicio de la «infancia intermedia», un periodo de profundos cambios psicológicos en el que el cerebro sienta las bases de pensamientos y sentimientos más maduros.

«Es una etapa clave en la que el niño construye su identidad e intenta averiguar quién es en relación con los demás», afirma Evelyn Antony, estudiante de doctorado en psicología de la Universidad de Durham, Reino Unido. «Y su mundo emocional también se está expandiendo», agrega.

Mientras que la infancia y la adolescencia son ahora bien conocidas, la infancia media -que abarca de los 6 a los 12 años- ha sido muy olvidada en la investigación científica. Algunos psicólogos llegan a describirla como nuestros «años olvidados».

«Gran parte de la investigación se centra en los primeros años, cuando los bebés hablan y caminan, y luego en la adolescencia, cuando hay un poco más de rebeldía», dice Antony. «Pero se sabe menos sobre la infancia intermedia». La transformación incluye una mayor capacidad para reflexionar sobre sus sentimientos y modificarlos cuando es necesario, junto con una «teoría avanzada de la mente» que les permite pensar de forma más sofisticada sobre los comportamientos de los demás y responder adecuadamente.

También empiezan a dominar los fundamentos de la indagación racional y la deducción lógica, de modo que pueden responsabilizarse más de sus actos. Por eso, en Francia, también se conoce como l’âge de raison (la edad de la razón, en español). Los adultos en la vida de un niño pueden facilitar el desarrollo de estas habilidades mediante conversaciones regulares.

Antony, por ejemplo, señala que hay estudios que demuestran el poder del «coaching emocional»: consiste en escuchar al niño sin juzgarlo, validar lo que siente y sugerirle formas de avanzar de forma más positiva. «No se trata de que el adulto intente arreglarlo todo, sino de guiarlo en el proceso de gestión de sus emociones», explica.

Los padres o tutores también pueden hablar de dilemas sociales, ya sea en la vida real o en la ficción. Puede preguntarles: «¿Por qué reaccionó así esa persona? ¿Por qué lo dijo?», dice Osterhaus. Esto los ayuda a pensar más detenidamente en los estados mentales de otras personas, dice, lo que debería fomentar una teoría de la mente más avanzada.

A veces, los dos enfoques convergen de forma natural. Si un niño está conmocionado porque su mejor amigo ha sido grosero, se lo puede animar a que se cuestione las posibles razones de ese comportamiento desagradable. Quizá estaba cansado o tenía un mal día; no era nada personal y puede tratarse con compasión en lugar de con ira.

Como cualquier otra destreza que merezca la pena aprender, estas habilidades requieren una práctica constante. Sin embargo, a lo largo de muchos de esos momentos, el niño estará bien equipado para comprender su propia mente y la de los demás, lo que lo guiará más allá de su «pubertad de dientes flojos» hacia las aventuras de la adolescencia y más allá.

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