
Hay una frase que me encanta: “Tómate un café con la emoción”. ¿Qué significa esto? Es sentarte, con calma, a escucharla. No a controlarla ni a callarla, sino a invitarla como quien se sienta con un viejo amigo a entender qué le pasa. Vivimos con la idea de que hay que controlar lo que sentimos. Como si sentir enojo, tristeza o miedo fuera señal de debilidad. Incluso la famosa “inteligencia emocional” se ha malentendido como reprimir o dominar. Pero las emociones no se controlan: son automáticas, involuntarias.
No puedes evitar que se te inflame el hígado cuando alguien hace un comentario hiriente. Pero sí puedes elegir qué haces con eso. Ahí entra un concepto clave: agilidad emocional. A diferencia de la rigidez, que nos congela en la reacción, la agilidad emocional nos permite hacer una pausa, observar y actuar con sentido.
Aquí es donde abodamos la idea del café. Imagina que estás en casa, y te sientas en tu sillón con la emoción. Le dices: “Ven, tómate un café conmigo”. No la empujas, no la tapas. Solo la escuchas. Porque cada emoción tiene algo que decirte.

Tomemos el enojo. Es como un guardia de seguridad que contrataste para cuidar lo que te importa. Imagínate que tienes una casa con varias puertas, y detrás de cada una hay algo valioso: tus recuerdos, tu dignidad, tus límites. Si alguien entra a una de esas puertas sin permiso, el guardia grita. Así funciona el enojo: te avisa que algo cruzó un límite.
Pero si no lo entiendes, puedes actuar justo al revés de lo que necesitas. Por ejemplo: estás enojada o enojado porque tu pareja no te ayudó, y cuando por fin lo hace, tú le dices “ya no”. Estás en rigidez. Castigas, aunque eso te aleje de lo que realmente querías: ayuda. La agilidad emocional, en cambio, te permite moverte. Reconocer tu necesidad y decir: “Sí, por favor, ayúdame”.
Entonces, cuando llega el enojo, puedes preguntarle:—¿Quién cruzó un límite?—¿Qué parte de mí se sintió amenazada?—¿Qué me importa tanto como para que esto me duela?. Cuando te tomas un café con el enojo, no lo haces para justificar una explosión. Lo haces para escuchar lo que vino a decirte, y así elegir una acción que construya.
Recuerda: lo que nos molesta tiene más que ver con nuestra interpretación que con la intención del otro. Y eso nos da poder.
Cuando te sientas con tu emoción, tú decides. No estás en manos de nadie. No dependes de lo que el otro quiso decir. Tú eliges qué hacer con eso que sientes.

No se trata de dejar de sentir, sino de sentir con conciencia. De dirigir la emoción, en lugar de reaccionar desde ella.
Porque te mereces ser feliz. No solo defenderte.
La siguiente semana hablaremos sobre tomarte un café con la tristeza y veamos qué tiene que decirnos. Por ahora, cada vez que sientas la energía del enojo pregúntale: ¿Quién pasó un límite que no debió y cuál fue ese límite? Así podrás conectarte con lo que estás protegiendo y poder elegir la mejor manera de hacerlo.